(o como lo que comienza mal no necesariamente termina bien)
GESTION DEL VIAJE
Todo comenzó en Octubre del 2008, cuando luego de revisar finanzas, posibilidades de renovación de contrato y compromisos familiares descubrí con asombro que podía tener vacaciones, las primeras desde que pesco con mosca.
Entonces ¿Dónde?
Revisiones en Google Earth, algunas páginas conocidas de pesca y apareció la primera posibilidad: Lonquimay.
El siguiente paso fue escribir en Google pesca+mosca + Lonquimay y encontrarme con un foro en el que con mucha seriedad y (des)virtuosismo se comentaban experiencias y anécdotas relacionadas con mi primer presunto destino. De ahí en adelante todo parecía ir muy bien, hasta que me encontré con un desagradable mensaje que decía que si quería seguir leyendo debía inscribirme. Ni siquiera me tomé la molestia de inventarme un alias, si total mi intención no era participar del foro, simplemente (como en el metro) leer el diario por encima del hombro del vecino. Lo que vino después fue lo que le debe haber pasado a muchos… es que la tentación de desvirtuar es demasiado grande.
Con todo planeado, pasé a la complicada etapa de someter mi decisión al consejo familiar, en el que pude apreciar las expresiones de sincera alegría con que la palabra vacaciones era recibida y las miradas de desaprobación, incluyendo alguna llamada al siquiatra, con que reaccionaban a la idea de pasar dos maravillosas semanas de esparcimiento y diversión sin límites “en ese peladero”.
En esta parte del relato, y para una mayor comprensión por parte de los legos, conviene hacer un pequeño paréntesis científico:
De acuerdo a la Teoría de la Relatividad Especial de Albert Einstein, al viajar a velocidades cercanas a la de la luz, el tiempo se distorsiona (fin del paréntesis).
Pues bien, rápidamente (a la velocidad de la luz), mis dos semanas se convirtieron en dos días y estuvieron a punto de convertirse en dos minutos.
Siguieron semanas, si no meses de arduas negociaciones, en las que llegaba entusiasmadísimo con nuevas proposiciones a las que mi amadísima esposa y mi queridísimo retoño prestaban la debida atención (casi nula) y luego se miraban con cara de querer decir - este h… no tiene remedio.
Finalmente llegamos a un consenso: Emulando a Colón, Drake, Cavendish, Fitz Roy y tantos otros, izaríamos las velas de nuestro galeón Nissan Terrano y dejaríamos que el viento las inflara y nos llevara a donde quisiera. Lo único definitivo era que la partida sería desde Lonquimay, para lo que consulté al “dueño” de la novena región, Pin Pon, quien siguiendo su costumbre de desvirtuador profesional, me envió un mapa de la zona en el que marcó los lugares que el recomendaría como destino de pesca: todo el río.
COMIENZA EL VIAJE
Viernes 20 de febrero
Finalmente llegó el gran día: a cargar nuestro navío con los elementos básicos, carpa, colchonetas, sacos de dormir, alimentos no perecibles, ropa, trajes de baño, equipos de pesca, horno de microondas…¿horno de microondas?
Discusión de última hora: ¿No crees que con la parrilla y la cocinilla bastaba?
Sábado 21 de febrero:
Medio día y todavía tratando de acomodar la carga. Finalmente y luego de explicar que este humilde narrador merece que lo lleven, los demás miembros de la expedición acceden a dejar en el puerto el televisor, el refrigerador, el juego de terraza y hacer un lugar para que yo los acompañe.
Con todas estas anécdotas de última hora, hacia el final del día recién hemos llegamos a la localidad de Nessy`s Town, también conocido como Los Ángeles (¿eso de ángeles será en honor a Nessy?), donde cenamos y pasamos la primera noche de nuestra aventura.
Otro paréntesis
Mensaje personal: Oye Nessy, harto linda tu ciudad, dijecita y limpiecita, pero p´ta que cuesta encontrar donde comer después de las 9 de la noche.
Cierre de paréntesis.
Domingo, y después de un desayuno tomado con mucho nerviosismo, comienza el verdadero viaje. Llegamos a Lonquimay, almorzamos y buscamos donde acampar y ¡Por fin a mojar las mosquitas! En Liucura, en un sector donde el río se divide en varios brazos, con magníficos pozones y correntadas.
Si bien tengo mis dudas respecto a que algunas de las truchitas que capturamos y devolvimos hayan medido más de 20 cm, la pesca fue muy entretenida los dos días que allí estuvimos. No tengo una cuenta clara de cuantas habré pescado, pero donde ponía una ninfa o emergente, picaba una fario, una arco iris… o una chaqueta amarilla.
Todo lo anterior acompañado por una deliciosa carnecita a la parrilla que preparó mi señora la primera noche y una irresistible porción de sal con ravioles, preparada por el héroe de esta historia, que Sebastián todavía jura que no los tiró al fuego, se le cayeron después de probarlos.

Un dato práctico: para las chaquetas amarillas, la trampa de la botella con agua funciona maravillosamente. Luego de que mi hijo la confeccionara, las molestias disminuyeron de manera evidente.

Martes 24 y miércoles 25 y jueves 26 de Febrero (Icalma y Conguillío)
Por un paisaje espectacular seguimos viaje hacia Icalma, donde pude comprobar que todos aquellos que decían que en ese lago la pesca es mala mentían: En Icalma la pesca no es mala… es pésima y lo peor es que los encantos del paisaje hacían que la familia no se quisiera mover de ahí.
Afortunadamente vino en mi rescate el cuidador de las cabañas donde alojábamos, quien con su conversación eterna, latosa y trivial no nos permitió tener ni un instante de tranquilidad, lo que terminó por convencer a la familia que lo mas sano era huir luego de un viaje relámpago a la laguna verde de Conguillío.
Como nota alentadora, puedo mencionar el hecho de que el cuidador de las cabañas de Icalma nos recomendó no ir a Conguillío porque algunas personas que nos habían antecedido, volvieron furiosas porque los guardaparques les habían quitado el producto de la pesca y los equipos además de cursarles una multa.
Una voz en mi interior (en realidad fue en el teléfono, pero eso no suena muy poético) me recomendó seguir camino al Puelo, y eso fue lo que hicimos a contar del jueves casi de madrugada (como a las 11 de la mañana), llegando a nuestro destino a última hora de la tarde luego de haber sido vilmente asaltados en Ensenada (como 5 lucas por cada pack de Escudo).
La primera impresión del río fue un tanto decepcionante, ya que había tantos pescadores que las truchas estaban dando número para picar, pero la sensación mejoró cuando llegamos ni más ni menos que al Pin Pon Lodge que en esos días era atendido por sus propios dueños el Pin Pon, la Vale y familia, quienes a pesar de (o gracias a) no conocernos, nos recibieron con la cordialidad y el cariño con que se recibe a viejos amigos.

Viernes 27 y sábado 28 de Febrero (Pin Pon Lodge)
Pero no todo ha de ser perfecto, no habían pasado 5 o 10 minutos desde nuestra llegada, cuando el desafortunado protagonista de esta historia fue atacado por una extraña enfermedad. Sufrí una contracción en las mejillas que hacía que se me viera permanentemente una sonrisa estúpida pintada en el rostro, lo que el pobre pinponcito trató insistentemente de curarme en base a infusiones medicinales preparadas con destilados de cebada y de uva.
Vamos a lo que nos convoca: la pesca.
El Viernes y el Sábado nos levantamos tempranito y nos fuimos al Puelo Chico, donde el tío Pin Pon, le enseñó algunos secretos de pesca a Sebastián.
En días posteriores, mediante el uso de torturas y métodos de presión que por respeto a los lectores no puedo describir, logré que mi hijo confesara el mas importante secreto que aprendió en aquellas jornadas: “No le hagas caso a tu padre”.

El tío Pin Pon enseñando a Sebastián su técnica de cast “desvirtuado”


Fueron jornadas sin grandes piezas, aunque muy entretenidas, en las que la tónica fue la camaradería salpicada de algunas anécdotas tales como la ocasión en que el “generoso” tío Pin Pon le pasó a Sebastián una emergente confeccionada sobre un anzuelo sin punta (llamémosle eliminación exagerada de rebaba), aunque la “bromita” no resultó mucho, ya que mi inocente hijo igual pescó la trucha que aparece devolviendo en la foto de arriba.
Otro evento memorable y que lamentablemente me sorprendió demasiado lejos como para fotografiar, pero lo bastante cerca como para atestiguar, por lo que me considero privilegiado, fueron las dos ocasiones en que el “maestro” Pin Pon pescó un salmón Chinook ¡¡¡Con equipo Nº3!!!
Si no lo veo, no lo creo.
Antes de continuar con el relato de nuestro periplo por tierras australes, creo que debo dejar establecido que indudablemente y por consenso familiar unánime, nuestra estadía en Pin Pon Lodge fue el punto culminante de nuestra gira, más allá de la pesca, por la calidez y simpatía de nuestros anfitriones, que por no poder encontrar las palabras adecuadas para describir, debo renunciar a hacerlo.
Como le dije a nuestro anfitrión, tanta generosidad, familiaridad y amabilidad son imposibles de pagar… por lo que no pienso hacerlo.

Está demás aclarar que durante nuestra estadía no pasamos hambre, y respecto a la sed, debe bastar el siguiente ejemplo de los efectos diuréticos de la “Dorada”, aunque según Pin Pon esto tendría más relación con un tema de “virilidad”.

Junto con los abrazos de la despedida, descubrí con sorpresa que la extraña enfermedad que me aquejaba desde que llegamos al Pin Pon Lodge, desapareció de mi rostro tal como había aparecido, sin previo aviso… y apareció en el rostro de Pin Pon.
…Y partimos hacia Hornopirén, con la promesa (o amenaza) de volver
Sábado 28 de Febrero y Domingo 1 de Marzo (Camino a Hornopirén y un motín)
Tomamos el camino a Hornopirén bastante tarde y con una lluvia que se hacía cada vez mas intensa, por lo que empezamos a buscar un lugar donde pasar la noche.
Cuando ya estaba casi obscuro, desde un puente vimos una cabañas emplazadas en una pequeña copia del paraíso, en lo que resultó ser Río Cisnes (no confundir con el de la XI región).

Una vez instalados, bajé a probar suerte al pozón de la foto (ya de noche) obteniendo una sola picada, que no terminó en captura.
El Domingo, antes del desayuno y con una lluvia de esas que no se ven en Santiago, insistí con mis ninfas Nº 8 y 10, obteniendo 5 picadas en 30 minutos sin siquiera desplazarme por el río, nuevamente sin lograr llevar ninguna trucha a mis manos. Posteriormente llegué a la conclusión de que por efecto del frío (no sentía las manos ni las piernas a pesar del wader y el buzo), no era capaz de clavar oportunamente.
Considerando que la lluvia no cesaba, botamos (resultado: 2 contra 1), y decidimos continuar hacia Hornopirén, donde llegamos cerca de medio día, yéndonos directo al río Negro, el que venía tan turbio que decidí que sería irresponsable arriesgar a la familia a vadearlo por resultar imposible ver el fondo, aunque casi me morí de ansiedad cuando desde la orilla vi lo que me pareció un salmón (seguramente escapado) de unos 40 o 50 cm.
Fue ahí donde se desencadenó una tormenta (humana) que se venía gestando desde que salimos del Puelo, y que yo no había querido reconocer. La valiente y fiel tripulación de mi embarcación, dejó de ser fiel, y fue lo bastante valiente como para organizar un motín y exigir el inmediato regreso hacia aguas más cálidas.
Es así, querido lector, como su héroe reducido a la impotencia y encerrado en la santabárbara de su navío (léase asiento trasero de la camioneta) vio como lo alejaban de las tierras de sus sueños.
En honor a la justicia, debo reconocer que se me concedió un último deseo, nos detuvimos en un río, cuyo nombre ignoramos que en un tramo aproximado de unos 150 metros corre junto al camino entre la caleta Pichicolo y Hornopirén.
Ahí nuevamente se dio la tónica de lo que me habían anticipado serían los ríos de la zona, no sé cuanto habremos pescado en la hora (o poco mas) que permanecimos en ese lugar, yo, cuando llevaba 5 dejé de contar, todas grandes bestias acuáticas, solo que en estado juvenil (15 a 20 cm), muy sanitas y peleadoras.


Lunes 2 y Martes 3 de Marzo (regresando a aguas más cálidas)
En el camino de regreso, pernoctamos en Puerto Montt y pasamos una jornada improductiva en el lago Ranco, luego de la cual cruzamos el río Bueno en el balseo de Puerto Nuevo, con la intención de ir a alguna playa y a probar suerte a los ríos costeros entre Valdivia y Tirúa, cuando conocimos a Alex, un joven de la zona, entre cuyas habilidades se cuenta la de conducir a velocidad excesiva y por la izquierda en caminos de tierra con curvas cerradas, quien nos convenció de que era hora de poner término a nuestra aventura.

EPILOGO
Sentado frente al computador, mientras escribo estas palabras, pienso en las maravillas del viajecito que nos pegamos, y en lo que quedó pendiente: el Puelo Alto, el Chamiza, sin duda el sector de Hornopirén justificaba una estadía más prolongada, faltaron grandes capturas, pero indudablemente, después de hacer el asiento contable, el resultado da números azules.
No puedo dejar de acordarme de una anécdota universitaria: Cuando era alumno del curso de montañismo, nuestro maestro, Claudio Lucero, regresaba feliz de una expedición al Everest en la que no se logró la cumbre.
Un día durante el almuerzo le pregunté por la razón de su felicidad, considerando que no habían tenido éxito.
Con una sonrisa de oreja a oreja me dijo:
Tengo una razón para volver