Atila en La Guerra Contra la Mosca
Posted: 06 Nov 2010, 12:43
Estimados,
Aquí les dejo un cuento que escribió mi tío luego de un increíble viaje de pesca en río Puelo junto a un amigo novato en el arte de la pesca con mosca. Espero que les guste, para mi gusto representa de forma maravillosa las primeras experiencias en este deporte y cada vez que lo leo me trae muy gratos recuerdos.
"Querido Coke:
En tu mail reciente me preguntabas como le fue a nuestro amigo Chef en su primera experiencia de pesca con mosca. ¿Te acuerdas la lucha de Atila para subirse al bote? Pues esa batalla no fue nada comparada con la guerra contra la mosca. Llevo muchos años pescando y te juro que nunca vi ni escuché nada similar, pero mejor te cuento la historia tal como la relató Atila esa noche al resto de los pescadores cuando la aventura había terminado, cuando una copa de vino le había devuelto el habla y la fogata le había calentado los huesos entumidos. Te juro, créemelo, que su historia se ajusta estrictamente a los hechos y son tal cual los narró Atila.
" Al principio esto de la pesca me pareció de lo más fácil" -comenzó narrando Atila-, "Don Juan Mosca Seca como lo conocen acá en la zona, me llevó a la pradera, me ató una cigarro en la punta de la línea y me enseñó a lanzar. Cuando creí que ya era moso, les pedí a mis amigos que me llevaran a río y que cambiaran la colilla por una ninfa verdadera. Con una valentía que ni yo mismo me conocía, entré al torrente hasta que el agua me llegó a la cintura. Ustedes saben que soy un gran golfista, así que tomé la caña como si fuera un palo de golf y comencé a sacudirla en el aire. Me veía grotesco, pero el resultado era peor aún; la mosca zumbaba frente a mis ojos, revoloteaba frente a mi nariz y mi boca, ni mis testículos quedaban fuera del alcance de su peligroso aguijón. Pero Dios ayuda a los incautos y el primer intento terminó sin consecuencias graves, sólo con una cola de ratón que me salía por el trasero y varios hilillos de sangre que me corrían por la cara como si un gato hubiera afilado sus garras en mi barba. Amablemente mis compañeros me sugirieron que emprendiera la retirada, que ya era tarde y que mejor siguiera con el cigarro. Pero ustedes saben, la obstinación es mala consejera y los resultados hubiesen sido fatales si no es por mis amigos que me sacan del río cuando estaba a punto de ahogarme, pero no nos adelantemos en la historia.
Mientras se ponía el sol y la los últimos rayos iluminaban las cumbres de los volcanes nevados, mis amigos me lavaron las heridas y desenredaron la línea. Con cierta ironía que dejé pasar por alto, me aclararon que el Puelo era un río, no un fairway de golf, me ayudaron a entrar nuevamente a la corriente, me explicaron que el objetivo no era hacer volar la mosca si no depositarla en el agua porque se trataba de atrapar peces, no los murciélagos que revoleteaban cazando insectos en el cielo cada vez más oscuro y amenazador. De inmediato comencé nuevamente a agitar la caña, mis amigos salieron corriendo del agua profiriendo insultos y agitando las manos como si les hubieran lanzado una colmena de abejas. La mosca volvió a revolotear alrededor mío y por más que intentaba mantener alejado el anzuelo, resultaba imposible. El odioso insecto se movía tan rápido que parecía multiplicarse como si fuera todo un enjambre. Como un latigazo el chasquido de la cola de ratón repicaba una y otra vez. La línea se enredó en mis piernas, di vueltas tratando de liberarme pero mientras más lo intentaba más me apresaba hasta que finalmente mis pies terminaron atados férreamente. A estas alturas ustedes se imaginarán que ya me había olvidado de la pesca, pero se equivocan, la idea de atrapar un pez se había apoderado de mí y ya nada me detendría, solo la muerte.
Con furia sacudía los brazos y la caña, la lienza hacia piruetas en el aire, describía círculos, trazaba líneas y escribía letras de un alfabeto ininteligible. Por más que lo intentaba la mosca se resistía a caer al agua oscura, peligrosa, llena peces asechando para devorarla, peses grandes hermosos y plateados que probablemente nunca podría capturar pero que me negaba a dejar escapar. Mis movimientos se hacían cada vez más difíciles, la línea me iba envolviendo en un abrazo mortal como una pegajosa telaraña, cuando ya estaba casi inmóvil, la mosca atrapó mi gorra, me quitó mi amado sombrero, el que protegía la parte más vulnerable de mi ser, mis pobres oídos habían quedado a merced del frío, del viento y del insecto asesino. El peso de la gorra fue demasiado para el enemigo, finalmente ambos cayeron al torrente y comenzaron a flotar corriente abajo en las tenebrosas aguas. Envuelto por la liensa como un capullo de nylon, hice un desperado esfuerzo por intentar atrapar la gorra, pero fue imposible moverme, lentamente, como un viejo árbol al que el río le ha socavado la tierra que afirma las raíces, me desplomé en el agua y me hundí con la caña en alto. Como Alfoncina, navegue entre los troncos y los peces, un enorme alivio se apoderó de mi alma, ya no era necesario saber lanzar la infame mosca, había terminado la lucha, ya no había nada más que aprender en este río. Me entregué a las aguas para que me llevaran hasta el mar. Cuando iba a inhalar el último respiro una mano me levantó y en ves de llenarse mis pulmones con agua se llenaron de aire de la noche”.
Esta es la mejor historia de pesca que conozco, la historia de un pescador valiente y aguerrido, que no se dejó vencer por la adversidad, porque tu estarás pensando que después la mortal experiencia el hombre se dio por vencido, pero no fue así, quedó atrapado por el embrujo del río y de los peces plateados. Al día siguiente a primera hora, antes que saliera el sol y se despejara la bruma ahí estaba Atila nuevamente en la corriente intentando lanzar la mosca.
Ricardo Girardi, Marzo de 2008"
Aquí les dejo un cuento que escribió mi tío luego de un increíble viaje de pesca en río Puelo junto a un amigo novato en el arte de la pesca con mosca. Espero que les guste, para mi gusto representa de forma maravillosa las primeras experiencias en este deporte y cada vez que lo leo me trae muy gratos recuerdos.
"Querido Coke:
En tu mail reciente me preguntabas como le fue a nuestro amigo Chef en su primera experiencia de pesca con mosca. ¿Te acuerdas la lucha de Atila para subirse al bote? Pues esa batalla no fue nada comparada con la guerra contra la mosca. Llevo muchos años pescando y te juro que nunca vi ni escuché nada similar, pero mejor te cuento la historia tal como la relató Atila esa noche al resto de los pescadores cuando la aventura había terminado, cuando una copa de vino le había devuelto el habla y la fogata le había calentado los huesos entumidos. Te juro, créemelo, que su historia se ajusta estrictamente a los hechos y son tal cual los narró Atila.
" Al principio esto de la pesca me pareció de lo más fácil" -comenzó narrando Atila-, "Don Juan Mosca Seca como lo conocen acá en la zona, me llevó a la pradera, me ató una cigarro en la punta de la línea y me enseñó a lanzar. Cuando creí que ya era moso, les pedí a mis amigos que me llevaran a río y que cambiaran la colilla por una ninfa verdadera. Con una valentía que ni yo mismo me conocía, entré al torrente hasta que el agua me llegó a la cintura. Ustedes saben que soy un gran golfista, así que tomé la caña como si fuera un palo de golf y comencé a sacudirla en el aire. Me veía grotesco, pero el resultado era peor aún; la mosca zumbaba frente a mis ojos, revoloteaba frente a mi nariz y mi boca, ni mis testículos quedaban fuera del alcance de su peligroso aguijón. Pero Dios ayuda a los incautos y el primer intento terminó sin consecuencias graves, sólo con una cola de ratón que me salía por el trasero y varios hilillos de sangre que me corrían por la cara como si un gato hubiera afilado sus garras en mi barba. Amablemente mis compañeros me sugirieron que emprendiera la retirada, que ya era tarde y que mejor siguiera con el cigarro. Pero ustedes saben, la obstinación es mala consejera y los resultados hubiesen sido fatales si no es por mis amigos que me sacan del río cuando estaba a punto de ahogarme, pero no nos adelantemos en la historia.
Mientras se ponía el sol y la los últimos rayos iluminaban las cumbres de los volcanes nevados, mis amigos me lavaron las heridas y desenredaron la línea. Con cierta ironía que dejé pasar por alto, me aclararon que el Puelo era un río, no un fairway de golf, me ayudaron a entrar nuevamente a la corriente, me explicaron que el objetivo no era hacer volar la mosca si no depositarla en el agua porque se trataba de atrapar peces, no los murciélagos que revoleteaban cazando insectos en el cielo cada vez más oscuro y amenazador. De inmediato comencé nuevamente a agitar la caña, mis amigos salieron corriendo del agua profiriendo insultos y agitando las manos como si les hubieran lanzado una colmena de abejas. La mosca volvió a revolotear alrededor mío y por más que intentaba mantener alejado el anzuelo, resultaba imposible. El odioso insecto se movía tan rápido que parecía multiplicarse como si fuera todo un enjambre. Como un latigazo el chasquido de la cola de ratón repicaba una y otra vez. La línea se enredó en mis piernas, di vueltas tratando de liberarme pero mientras más lo intentaba más me apresaba hasta que finalmente mis pies terminaron atados férreamente. A estas alturas ustedes se imaginarán que ya me había olvidado de la pesca, pero se equivocan, la idea de atrapar un pez se había apoderado de mí y ya nada me detendría, solo la muerte.
Con furia sacudía los brazos y la caña, la lienza hacia piruetas en el aire, describía círculos, trazaba líneas y escribía letras de un alfabeto ininteligible. Por más que lo intentaba la mosca se resistía a caer al agua oscura, peligrosa, llena peces asechando para devorarla, peses grandes hermosos y plateados que probablemente nunca podría capturar pero que me negaba a dejar escapar. Mis movimientos se hacían cada vez más difíciles, la línea me iba envolviendo en un abrazo mortal como una pegajosa telaraña, cuando ya estaba casi inmóvil, la mosca atrapó mi gorra, me quitó mi amado sombrero, el que protegía la parte más vulnerable de mi ser, mis pobres oídos habían quedado a merced del frío, del viento y del insecto asesino. El peso de la gorra fue demasiado para el enemigo, finalmente ambos cayeron al torrente y comenzaron a flotar corriente abajo en las tenebrosas aguas. Envuelto por la liensa como un capullo de nylon, hice un desperado esfuerzo por intentar atrapar la gorra, pero fue imposible moverme, lentamente, como un viejo árbol al que el río le ha socavado la tierra que afirma las raíces, me desplomé en el agua y me hundí con la caña en alto. Como Alfoncina, navegue entre los troncos y los peces, un enorme alivio se apoderó de mi alma, ya no era necesario saber lanzar la infame mosca, había terminado la lucha, ya no había nada más que aprender en este río. Me entregué a las aguas para que me llevaran hasta el mar. Cuando iba a inhalar el último respiro una mano me levantó y en ves de llenarse mis pulmones con agua se llenaron de aire de la noche”.
Esta es la mejor historia de pesca que conozco, la historia de un pescador valiente y aguerrido, que no se dejó vencer por la adversidad, porque tu estarás pensando que después la mortal experiencia el hombre se dio por vencido, pero no fue así, quedó atrapado por el embrujo del río y de los peces plateados. Al día siguiente a primera hora, antes que saliera el sol y se despejara la bruma ahí estaba Atila nuevamente en la corriente intentando lanzar la mosca.
Ricardo Girardi, Marzo de 2008"
