Mi evolución hacia la pesca con devolución
Posted: 16 Apr 2009, 13:42
Casi terminaba el año de 1973, cuando unos amigos de mi padre nos pasaron a buscar para ir a pescar pejerreyes a la laguna de Aculeo.
Considerando que con la excepción de un tío, nadie en la familia era pescador, esa sería para mi hermano y yo, de 9 y 10 años respectivamente, nuestra primera aproximación a la pesca. Los viejos se la ingeniaron para adquirir una caña de coligue (que aun existe llena de polvo sobre un ropero en la casa materna), algunos metros de nylon, anzuelos, plomos, flotadores y así armar un equipo básico de pesca que Gonzalo y yo compartiríamos.
El paso de los años no me ha hecho olvidar la imagen del flotador hundiéndose por primera vez ni la adrenalina de esa primera captura. Ese fin de semana pescamos como trescientos pejerreyes (en total éramos seis pescadores), los que terminaron inevitablemente en la sartén. Eran tiempos en los que, además de ser inocentes, no teníamos conciencia del daño que hacíamos, lo único que importaba era el trofeo.
Para quienes son más jóvenes debo aclarar que en esa época, recién algunos “profetas apocalípticos” a los que nadie tomaba en serio, hablaban del deterioro del medio ambiente.
En los años siguientes hubo muy pocas posibilidades (las que se aprovechaban a concho) de repetir la experiencia, hasta que ya en los 80, con algo mas de independencia y la misma falta de recursos, llegó la época del mochileo y la pesca de truchas con ferretería. Fue entonces cuando, de mala gana y con algo de preocupación por la conservación, empezamos a devolver truchas, quedándonos con una o dos para la parrilla.
Luego se salir de la universidad y empezar a trabajar, descubrí la pesca de mar y adquirí mi primer equipo para pesca de agua salada como alternativa a esas pescas para las que había que viajar demasiado. También descubrí la ley de pesca recreativa, las licencias y los límites de captura, y seguí pescando y devolviendo de mala gana.
El año en que se abrió el acceso al embalse El Yeso (antes era restringido), siendo todavía ferretero, un día desperté de madrugada, le pregunté a mi señora si me quería acompañar, ella a su vez me preguntó si estaba loco, y a las 4 AM estaba saliendo con rumbo al cajón del Maipo, con la intención de volver con una trucha para el almuerzo.
A eso de las 6:30, mientras entre las montañas se insinuaban los primeros rayos del sol, estaba pescando inmerso en un paisaje sobrecogedor. No había viento y el silencio intimidante solo era roto por el chapoteo de mi chispa al caer al agua. Parecía que era el único ser vivo perdido en la inmensidad, entre las montañas y el lago, recogiendo un señuelo.
Absorto en las sensaciones que producía el momento, más que en pensamientos concretos, fui sorprendido por la vida que se expresaba en un fuerte tirón a través de la caña y que durante un momento de lucha, con saltos incluidos, me hacía entender que no era el único ser vivo en ese paraje. Por un instante el depredador y su presa estaban conectados por una delgada línea de monofilamento… y mágicamente el cazador fue invadido por una sensación de empatía hacia la presa que con unos segundos de lucha lo recompensaba por el esfuerzo de ir a buscarla.
Cuando la tomé indefensa y asustada, ya sabía que habría fideos para el almuerzo, y cuando la vi alejarse con dos coletazos, entendí que algo había cambiado.
Nunca más he podido matar una trucha.
Esto lo escribo, pensando en mi hijo que solo conoce el catch and release y en algunos foreros que por estar, en cuanto a edad, mas cercanos a el que a mi, muchas veces no entienden que hay quienes solo ven la pesca como una forma de llevar una golosina o un trofeo a casa porque no han disfrutado la experiencia de ver un pez alejarse nadandode sus manos.
En ocasiones debemos recordar que como animales que somos, dejar vivir a la presa no es lo mas natural y cambiar esa realidad requiere mucha educación (en mi caso, como 30 años).
Considerando que con la excepción de un tío, nadie en la familia era pescador, esa sería para mi hermano y yo, de 9 y 10 años respectivamente, nuestra primera aproximación a la pesca. Los viejos se la ingeniaron para adquirir una caña de coligue (que aun existe llena de polvo sobre un ropero en la casa materna), algunos metros de nylon, anzuelos, plomos, flotadores y así armar un equipo básico de pesca que Gonzalo y yo compartiríamos.
El paso de los años no me ha hecho olvidar la imagen del flotador hundiéndose por primera vez ni la adrenalina de esa primera captura. Ese fin de semana pescamos como trescientos pejerreyes (en total éramos seis pescadores), los que terminaron inevitablemente en la sartén. Eran tiempos en los que, además de ser inocentes, no teníamos conciencia del daño que hacíamos, lo único que importaba era el trofeo.
Para quienes son más jóvenes debo aclarar que en esa época, recién algunos “profetas apocalípticos” a los que nadie tomaba en serio, hablaban del deterioro del medio ambiente.
En los años siguientes hubo muy pocas posibilidades (las que se aprovechaban a concho) de repetir la experiencia, hasta que ya en los 80, con algo mas de independencia y la misma falta de recursos, llegó la época del mochileo y la pesca de truchas con ferretería. Fue entonces cuando, de mala gana y con algo de preocupación por la conservación, empezamos a devolver truchas, quedándonos con una o dos para la parrilla.
Luego se salir de la universidad y empezar a trabajar, descubrí la pesca de mar y adquirí mi primer equipo para pesca de agua salada como alternativa a esas pescas para las que había que viajar demasiado. También descubrí la ley de pesca recreativa, las licencias y los límites de captura, y seguí pescando y devolviendo de mala gana.
El año en que se abrió el acceso al embalse El Yeso (antes era restringido), siendo todavía ferretero, un día desperté de madrugada, le pregunté a mi señora si me quería acompañar, ella a su vez me preguntó si estaba loco, y a las 4 AM estaba saliendo con rumbo al cajón del Maipo, con la intención de volver con una trucha para el almuerzo.
A eso de las 6:30, mientras entre las montañas se insinuaban los primeros rayos del sol, estaba pescando inmerso en un paisaje sobrecogedor. No había viento y el silencio intimidante solo era roto por el chapoteo de mi chispa al caer al agua. Parecía que era el único ser vivo perdido en la inmensidad, entre las montañas y el lago, recogiendo un señuelo.
Absorto en las sensaciones que producía el momento, más que en pensamientos concretos, fui sorprendido por la vida que se expresaba en un fuerte tirón a través de la caña y que durante un momento de lucha, con saltos incluidos, me hacía entender que no era el único ser vivo en ese paraje. Por un instante el depredador y su presa estaban conectados por una delgada línea de monofilamento… y mágicamente el cazador fue invadido por una sensación de empatía hacia la presa que con unos segundos de lucha lo recompensaba por el esfuerzo de ir a buscarla.
Cuando la tomé indefensa y asustada, ya sabía que habría fideos para el almuerzo, y cuando la vi alejarse con dos coletazos, entendí que algo había cambiado.
Nunca más he podido matar una trucha.
Esto lo escribo, pensando en mi hijo que solo conoce el catch and release y en algunos foreros que por estar, en cuanto a edad, mas cercanos a el que a mi, muchas veces no entienden que hay quienes solo ven la pesca como una forma de llevar una golosina o un trofeo a casa porque no han disfrutado la experiencia de ver un pez alejarse nadandode sus manos.
En ocasiones debemos recordar que como animales que somos, dejar vivir a la presa no es lo mas natural y cambiar esa realidad requiere mucha educación (en mi caso, como 30 años).
, y quedandonos finalmente con la pesca con mosca. Las salidas las hemos mantenido en la medida de lo posible ya que vivimos a más de 1000 km de distancia. En dichas salidas, sé que ambos recordamos las primeras salidas y compartimos los datos (tipos de moscas, calidad de líneas, etc.). Además hemos ido inculcando a nuestros hijos/hijas la pesca con devolución, aunque no de buena gana, pero siguen nuestro ejemplo.